LA GRAN PRUEBA
Por las calles empedradas de San Miguel Petapa, camina un joven llevando un profundo sufrimiento; sus recios hombros van encorvados bajo el peso aplastante del dolor que lleva encima; el rumbo de su vida està en juego; su semblante está oscurecido por espesos nubarrones que lo atormentan atrozmente...
Se detiene delante de la puerta de la Iglesia y... entra en ella a buscar consuelo: "Señora y madre mía. ¡Escuchadme! he venido desde muy lejos; me embarqué en las Islas Canarias, la tierra que me vió nacer, he pasado por Cuba, donde escuché mencionar por primera vez en la vida el nombre de un lugar eternamente desconocido para mi: Santiago de los Caballeros de Guatemala."
Un no se qué, me hizo estremecer hasta lo más profundo de mi alma, sentí que en ese momento mi cuerpo se estremecía de gozo y júbilo; supe que Guatemala era mi meta final.
¿No fuisteis vos, Madre mía, quien me lo inspiró?
Llegué a Honduras y desde Trujillo me dirigí caminando a la ciudad que era mi destino. Después de pasar por incontables peligros y dificultades, finalmente vislumbré la ciudad cuyo nombre encendía mi alma. Divisé desde un recodo del camino de tierra, allá abajo, una ciudad blanca como nido de palomas en medio de un valle de esmeraldas, al pie de un imponente volcán coronado de nubes: era Goathemala...
Presuroso, apreté el paso y estando a las puertas de la ciudad, antes de pasar por el puente del río Pensativo, puse rodilla en tierra, la besé, recé una salve y con fervor encendido dije: "Aquí he de vivir y morir." (en ese momento, un fuerte temblor sacudió a toda la ciudad; era la bienvenida que esta tierra daba a un nuevo hijo, un hijo que ya la amaba con todo su corazón).
El anhelo mas grande que la gracia puso en mi alma era el de ser un sacerdote santo, eternamente dedicado al servicio de Dios. Pero... después de tres años de esfuerzos sin tregua, de nada sirvieron mis desvelos y trabajos. Por mi bien, me aconsejaron que abandonara el Seminario; mis superiores me encontraron eternamente incapaz para el latín. ¡Madre mía!¿por qué la providencia puso en mi un deseo de ser un sacerdote santo y al mismo tiempo me hizo tan desmemoriado?
Por eso me voy de aquí, para mi ya no tiene ningún sentido continuar viviendo en Guatemala; mis ojos y mi alma lloran la amarga despedida de la tierra que tanto amo. No sé que camino tomar, no se que haré, solo sé que no quiero volver al centro de mis fracasos.
Por eso estoy postrado a vuestros pies implorando una luz para dirigir mis pasos. "¡Pedro! regrésate a la ciudad de Guatemala, que es allí el lugar que Dios te ha destinado para tus trabajos espirituales".
Era la voz de María, en ella Pedro había depositado toda su confianza, en ella se apoyaba constantemente, y es ella quien, en el momento de la aflicción sin nombre, le abre el camino definitivo de su vida.
Después de ese "huerto de los olivos" de Pedro de Betancur el cielo apareció abierto para un alma que se consumía en un ardiente amor a Dios y a los hombres.
Extraído de "Una campana celeste resuena en Guatemala"
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